Animales con camuflaje

Hace 47 millones de años, una hoja ovalada se elevaba del suelo y echaba a andar en la cueva de Messel (Alemania). El tatarabuelo de los actuales insectos hoja, cuyo fósil salió a la luz en 2005, ya se servía de una útil estrategia de supervivencia: adoptar un aspecto similar al de las plantas cercanas para poder ver (presas) sin ser visto (por depredadores).
Sus descendientes pueblan hoy las zonas tropicales del planeta sin modificar apenas el aspecto del ancestro, que acompañan de un contoneo al andar similar al bamboleo de una hoja mecida por el viento. La naturaleza ha conservado el truco del camuflaje porque “resulta especialmente ventajoso en las especies pequeñas, lentas y carentes de armas defensivas”, argumenta Javier de Miguel, profesor de Zoología en la Universidad Autónoma de Madrid.
Mientras algunos exhiben una piel o pelaje con el estampado más habitual de su entorno, el dibujo de otros consigue distorsionar visualmente los límites de su cuerpo, para difuminar el contraste con el decorado de su hábitat. Incluso algunos poseen un vestuario variable capaz de adaptarse a, por ejemplo, distintas tonalidades de líquenes y follaje. Los más rápidos en pasar de una apariencia a otra son los cefalópodos, como los pulpos y las sepias, aunque en estos casos “la coloración puede tener también una función comunicativa, que les sirve para cortejar y para indicar estados de ánimo”, puntualiza de Miguel.




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